15 DE MAYO DE 2010
Es necesario recordar lo que nos dice respecto a los principios que orientan la moral cristiana el destacado pensador Jacques Leclerq: “Un acto malo cometido con buena intención no se puede decir, pura y simplemente, moralmente bueno. La bondad moral del acto supone a la vez su bondad objetiva y la buena intención. El error puede excusar el acto malo; el acto malo realizado con buena intención puede incluso conferir méritos al que lo realiza: el mérito de su buena intención; sin embargo, el acto es malo”.
Esa cita, ya utilizada en un artículo publicado en el año 1988, orienta con respecto al análisis de los actos públicos o privados.
Un acto malo (el padre que suplanta al hijo como regidor (Y así lo ha reconocido y lo toma como un regalo divino) cometido con buena intención (trabajar desde el Concejo por proyectos de bien social) no se puede decir, moralmente bueno. El acto malo (la ocupación del cargo que no le pertenece) realizado con buena intención (hacer lo mejor por el pueblo) puede incluso conferir méritos (ante sí, su familia, sus amigos) al que lo realiza: el mérito de su buena intención (obrar con bien); sin embargo, el acto (ocupar un cargo para el que la Asamblea Cantonal no le eligió) es malo y por lo tanto moralmente condenable.
De ahí que lo mínimo de su parte, y de quienes por detrás le azuzan para que se aferre al cargo, es reconocer el error y renunciar y que su cargo sea ocupado por quien legalmente le corresponde: el primer regidor suplente.
Renunciar sería un acto apegado a la moral cristiana y la única manera de respetar la soberana voluntad popular expresada en las urnas el pasado 7 de febrero de 2010.
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