1 DE MAYO DE 2010
A las 5 de la tarde estaba convocado el pueblo, y en punto llegamos. El redondel con las graderías vacías presagiaba que la espera sería larga. El camión con los toros que se iban a jugar ya estaba a un costado de la plaza. Ni modo, con aquel fuerte calor se hacía necesaria una cerveza para no deshidratarse, acompañada eso sí de un buen gallo de pollo.
Fuimos casi los primeros en estar en la fila de entrada, solo precedidos por Simona y su marido, nuestros proveedores de mariscos los días que pasamos por allá.
Conocedora, Simona nos indícó el mejor lugar para ubicarnos, al puro frente de la puerta por donde salen los toros y exactamente encima de donde salen del redondel una vez jugados.
La presentación de los montadores, la rifa del toro que le tocará a cada uno y la comunicación de las reglas según la autoridad de la plaza. Y el toro que no sale, porque el toro se echó. Y la música a todo meter, haciendo menos penosa la espera.
Al fin, pueeeeeeertaaaa y en pocos segundos el primer montador al suelo. Nos asustamos porque no se mueve, lo sacan arrastrado y lo llevan a la Cruz Roja. ¿Será grave?
"Para nada", dice Simona. "Ya debe andar por afuera del redondel, se hizo el golpeado por la verguenza de no haber aguantado ni tres segundos".
Y más espera, y organizamos el baile en el graderío y entre Ignacio mi cuñado y yo le contamos a Simona las anécdotas con los toros de mi abuelo Ramón y lo que hacemos él y yo algunas veces en el redondel.
Primero sorprendida,y luego enojada nos espeta: "Ustedes son unos embusteros, ya no les creo nada de lo que me dijeron, claro, uno cuenta una cosa y el otro la reconfirma y luego al contrario. Me imagino que así andan rodándose a la gente por todos los pueblos, pero a mí ya no me engañan". Y en la misma línea, para no quedarse atrás, se dejó venir con unas rajonadas que hasta el mismo Remigio su esposo se sorprendió.
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