Domingo 24 de agosto de 2008.
Después del Templo de San Antonio en el Duán, en lo más alto del recorrido, comienza el camino a bajar, hacia el este primero y luego al norte. Fincas cafetaleras bien cuidadas y un hermoso río que hace delicias en nuestro cuerpo.
Después del cruce a San Miguel de Paraíso, el Río Las Vueltas comienza a presentársenos. De pronto, una imponente cascada se mira en el bajo, pero no encontramos el acceso. Este río tiene más caudal, hasta nadar se puede.
De pronto, aparece un parcelero del IDA, propietario de 25 hectáreas, la mayoría de pura montaña, quien nos cuenta sus pleitos con un "cachiseño que le vendió al gringo lo que también fué una parcela (totalmente deforestada y maltratada por el ganado que sufre en sus empinados potreros) y ahora quiere cerrarles el camino de acceso".
Se comprometió no solo a llevarnos a las cataratas sino, a un lugar especial donde él hace sus cosillas.
Impresionante: dos rocas de 10 a 15 metros de alto como por 5 de ancho y encima de ellas otra que el río arrastró y hace la función de techo, forman una cueva natural, casi oscura, porque se filtran algunos rayos de sol. "Aquí es donde hago mis cosillas, y antes, la pared de ésta roca era totalmente blanca", nos manifiesta. Al ver la foto contra la cueva de fondo, que el fotógrafo del grupo tomó, se ve a Martínez con la piedra de fondo cuya pared en realidad es blanca.
Y para finalizar, se camina unos cuantos metros y la catarata que vimos desde lo alto del camino es impresionante: por sus formas, por sus sonidos, la del agua viva: limpia, fuerte y fuente de vida.
De pronto, aparece un parcelero del IDA, propietario de 25 hectáreas, la mayoría de pura montaña, quien nos cuenta sus pleitos con un "cachiseño que le vendió al gringo lo que también fué una parcela (totalmente deforestada y maltratada por el ganado que sufre en sus empinados potreros) y ahora quiere cerrarles el camino de acceso".
Se comprometió no solo a llevarnos a las cataratas sino, a un lugar especial donde él hace sus cosillas.
Impresionante: dos rocas de 10 a 15 metros de alto como por 5 de ancho y encima de ellas otra que el río arrastró y hace la función de techo, forman una cueva natural, casi oscura, porque se filtran algunos rayos de sol. "Aquí es donde hago mis cosillas, y antes, la pared de ésta roca era totalmente blanca", nos manifiesta. Al ver la foto contra la cueva de fondo, que el fotógrafo del grupo tomó, se ve a Martínez con la piedra de fondo cuya pared en realidad es blanca.
Y para finalizar, se camina unos cuantos metros y la catarata que vimos desde lo alto del camino es impresionante: por sus formas, por sus sonidos, la del agua viva: limpia, fuerte y fuente de vida.
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