El último día de la novena a la Virgen de Ujarrás llevó a los paraiseños a uno de los barrios más tradicionales de la ciudad: El Chiverre.
Ya no está María Nancha, ni su hija Berta, en aquella casa de madera siempre abierta y que permitía ver desde la calle hasta el patio; construida años después en baldosas para su disfrute gracias al bono familiar de la vivienda, y que de extraña manera pasó a ser propiedad de un tercero sin que hubiesen transcurridos los años que la ley establece para que ello se pueda dar. En este país cualquier cosa puede pasar.
En el Chiverre se criaron y viven los Cervantes, siendo don Juan uno de los más insignes constructores que ha tenido Paraíso.
Por acá Miro Herrera, todavía pochotón, en el corredor de la casa, atento a la gran cantidad de gente que acompañaba a la virgen.
Por allá vivían los Charral. Por acullá Gumercindo y los Pilarcitos. Sin olvidar a los Biscochos, una de cuyas ramas le dió a Paraíso grandes virtuosos del balón de fútbol: Quinchito y sus hermanos. También insignes productores de chayote que abrieron camino para la exportación de éste producto al mercado californiano y newyorquino como los Morales.
Como muchos de los barrios al sur de las ciudades, en el Chiverre de hace cuatro o cinco décadas había mucha pobreza. Hoy día se nos presenta pujante, con calles asfaltadas (más parcheadas y huequeadas por desidia municipal), escuela ejemplar y un nuevo nombre que a algunos nos cuesta que se nos arraigue: San Antonio.
En el último día de la novena, sin duda El Chiverre fué el que mejor se ofreció para recibir a la Virgen, las varias cuadras que lo componen lucían hermosamente decoradas.
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