Sábado 22 de junio de 2008
Pedro de Betancourt nació en las Islas Canarias en el Siglo XVII, creció como pastor y gracias a lo diminuto de su cuerpo, huía de los piratas que acosaban sus tierras y lograba esconderse de ellos en el agujero de una cueva, donde no sospechaban que pudiera caber persona alguna.
Emigró a América y se asentó en Antigüa, Guatemala, donde desarrolló una importante labor de atención a los más desposeídos y enfermos. Su obra perdura y en el Hospital que fundó encuentra cabida, consuelo y amor muchos y muchas enfermas.
La orden de las madres betlemitas, que admnistran la Posada de Belén: lugar para convenciones, talleres y grupos de trabajo también sirve para sostener la labor educativa que desarrollan en muchos países.
En sus claustros estuvimos hace treinta años, los volvimos a recorrer en estos días acompañando a Rosa Pérez, del programa de jóvenes cooperantes de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, que quería conocer de cerca lo que su coterráneo había hecho hace varios siglos y cuya obra aún perdura.
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