Martes 29 de julio de 2008
Caminando por la acera de uno de los principales bancos privados del país en Rohrmoser, guardando un arete de fantasía de imán, éste se cayó. "¡Que lo encuentre!", pensé y volví a mirar al suelo: En vez del diminuto arete de fantasía, a mis pies, aquella joya insignificante se había convertido en una preciosa argolla de oro.
En el transcurso de ese mismo día, teniendo obligatoriamente que estar pasando por la sala de reuniones ocupada, sentí la obligación de pedir disculpas por las interrupciones causadas, todo ello mediante carta formal con el siguiente eslogan al final: "Éste oficio se ha remitido en versión digital para contribuir con el ahorro de papel y la preservación del medio ambiente". Jamás me esperé la siguiente respuesta de la coordinadora de la reunión: "No necesita pedir disculpas, le confieso que en ningún momento le ví pasar".
O sea, que en el mismo día fuí hombre mago y hombre invisible.
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