28 de setiembre de 2008
Llegamos el sábado en la noche, de la carretera principal en Sacramento, durante 30 minutos, casi por un trillo, llegamos a la antigua casa del peón de la finca. Toda de madera, presenta en sus paredes el deterioro natural de los años y el que ya no sea casa habitual.
Mientras nos damos a la tarea de encender el fogón, poco a poco la niebla se corre y como un portal allá abajo se nos aparecen Alajuela, Heredia y San José. Después de cenar, el rasgar de la guitarra a cargo de Miguel, el canto que contagia de William.
Después el silencio y el frío que se olvida con el sueño.
Al amanecer, vistas maravillosas de la montaña en todos los tonos de verdes.
Luego el café chorreado que solo yo tomo, pues los demás prefieren café soluble; pero todos disfrutamos del pan casero y el bizcocho cargado de queso turrialba.
A partir de las ocho, sacar la microbús, y a las diez, los primeros tres kilómetros de caminata: De Sacramento a la entrada del Volcán Barva, donde un amable y feliz guardaparque nos espera, pues no solo estima y se realiza con su trabajo sino que se acabe de enterar que su hija en Estados Unidos de América lo ha hecho abuelo.
Casi de inmediato, los siguientes tres kilómetros hasta la laguna del Volcán Barva: impresionante, reflejando como un espejo las montañas que le rodean. Al estar ahí, la satisfacción por haber alcanzado la meta se agranda por la paz, tranquilidad y el aire puro que se respira.
El regreso es distinto, bajar es más sencillo, sabiendo que nos espera un delicioso café chorreado, preparado por Doña Carmen, la esposa de Olman y servido gentilmente por sus hijas.
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