Juan Granados llegó en 1971 a Los Ángeles de Río Jiménez, remoto pueblo al que se llegaba luego de tomar el tren en Paraíso, bajarse en Siquirres y de ahí a Parismina, por el ramal de Línea Vieja. De Parismina hasta Río Jiménez se podía utilizar algún tren bananero, o el "autobús" que sobre rieles hacía el servicio. Ya en Río Jiménez caminando por la la línea del burro carril, se tomaba el desvío hasta Los Ángeles.
La ilusión del primer trabajo como maestro pronto se desvaneció. Al llegar, se encuentra con los dos cupos de maestro y directora ocupados. Deja la valija y el salveque y se va a resolver el problema en la Dirección Regional de Educación en Limón. De ahí sale con un nuevo nombramiento, pero para Campo Dos, de Pococí.
Estando en Río Jiménez, el negro Wiliam, inmenso como un árbol de caimito, le ofrece llevarlo en Vespa, que no aparentaba muy buenas condiciones, a recoger la valija y el salvaque, todo por trillos. Para ahorrarse la caminada contrata el servicio.
Para el regreso, acomodados en la Vespa y a como pudo con la valija y el salveque, le dice que está listo, pues para arrancarla aprovechan una bajada en el potrero. El viaje no pudo tener mejor final: el negro por un lado, Juan Granados por otro, la valija y el salveque por allá y la Vespa partida en dos. "¿All very good, todo estar bien?", le preguntaba el negro Williams. "Claro que todo estaba bien por dicha", dice Juan Granados, "si no, no estuviera contando el cuento treinta y seis años después".
La ilusión del primer trabajo como maestro pronto se desvaneció. Al llegar, se encuentra con los dos cupos de maestro y directora ocupados. Deja la valija y el salveque y se va a resolver el problema en la Dirección Regional de Educación en Limón. De ahí sale con un nuevo nombramiento, pero para Campo Dos, de Pococí.
Estando en Río Jiménez, el negro Wiliam, inmenso como un árbol de caimito, le ofrece llevarlo en Vespa, que no aparentaba muy buenas condiciones, a recoger la valija y el salvaque, todo por trillos. Para ahorrarse la caminada contrata el servicio.
Para el regreso, acomodados en la Vespa y a como pudo con la valija y el salveque, le dice que está listo, pues para arrancarla aprovechan una bajada en el potrero. El viaje no pudo tener mejor final: el negro por un lado, Juan Granados por otro, la valija y el salveque por allá y la Vespa partida en dos. "¿All very good, todo estar bien?", le preguntaba el negro Williams. "Claro que todo estaba bien por dicha", dice Juan Granados, "si no, no estuviera contando el cuento treinta y seis años después".
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