A finales de la década de los sesenta, en plena edad escolar, trataba uno de andar con el pelo un poco largo, pero las estrictas normas que regían a las escuelas lo impedían.
Por eso, se acudía regularmente a la peluquería de Carlitos Meza, que era todo un maestro haciéndole filo a la navaja, pasándola por una faja de cuero que colgaba de una de las paredes.
-¿Cómo quiere el corte?, preguntaba. Como ya lo había decidido, le respondí que bien alto. -¿Está seguro? -Sí, sí claro.
Pero resulta que la misma expresión significaba una cosa para Carlitos Meza y otra para mí. Al decirle alto, estaba pensando en que me cortara apenas levemente las puntas del pelo. Pero en el argot de los peluqueros, alto es el que le rapaban a uno todos los costados y solo le dejaban pelo encima de la cabeza. Claro, como le dije "bien alto" casi me deja solo con el copete.
Eso fué un sábado en la tarde, y el domingo trataba de pasar desapercibido en las graderías del Estadio Rafael Ángel Camacho a donde me habían llevado a ver el juego Turrialba-Paraíso y me angustiaba las burlas de los y las compañeras el lunes cuando llegara a clases. Desde entonces comprendo lo relativo de las palabras.
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