Jueves 5 de marzo de 20009
Una noche nos fuimos a jugar a Tierra Blanca a las 7 p.m. Solo llevámos un seguidor: Vicente García, que en el primer tiempo abandonó el barco porque nos iban goleando cuatro a cero.
En el segundo tiempo, a base de motivación durante el descanso, logremos inyectarle un gran espíritu de lucha a los jugadores que no solo remontaron el marcador, sino que marcaron un gol que hizo la diferencia a nuestro favor.
Pero la clave fué un partido memorable de Adrián mi hermano, el portero esa noche. Una vez arriba en el marcador, con el otro equipo herido y totalmente al ataque, volaba por los balones a los ángulos, se lanzaba de un tubo al otro del marco y todo lo paraba.
Cuando llegamos a comer algo al Restaurante del éxbitro Arrieta, ahí estaba nuestro único aficionado y preguntó:
-¿Cuántos fueron los goles que finalmente nos metieron?
-Solo cuatro y nosotros metimos cinco, ganamos el partido.
-No puede ser, después de ir perdiendo cuatro a cero terminar ganando.
-Claro, porque traian un portero que debe tener algo de brujo, todo lo paraba en el segundo tiempo
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