LUNES 16 DE MARZO DE 2009
En 1984, se convocó en El Salvador a elecciones, que se perfilaban como las primeras con posibilidades en las que fuera respetada la voluntad popular. Se las disputaban José Napoleón Duarte (q.e.p.d.) por el Partido Demócrata Cristiano (PDC) y Roberto D´Abuisson (q.e.p.d.) de la recién fundada Alianza Repúblicana Nacionalista (ARENA), vinculado con los escuadrones de la muerte.
Llegamos como Observadores Internacionales, con la misión de recoger las actas de las urnas para tener pruebas ante la ejecución de un posible fraude.
De entrada, nos encontramos con hechos totalmente nuevos para nosotros: en carro blindado, con chofer y acompañante fuertemente armados con ametralladoras, nos trasladaron a acreditarnos y posteriormente a recibir las instrucciones acerca de nuestra misión.
Estábamos recibiendo las indicaciones, cuando anunciaron que estaba llegando Doña Rosa de León de Guatemala, al escuchar eso Antonio Morales Ehrlich, se dejó decir: "A donde mandó mi amigo René de León a morir a su vieja". Nos miró, y preguntó: "¿Siguen con la misión o desertan?". Y tomamos la decisión todos de continuar con la misión.
Me enviaron en avioneta junto con Alfredo Landaverde de Honduras a La Unión, por carretera era imposible, la guerrilla tenía cortada la carretera. Otra imprudencia: me alojaron en la casa del Alcalde, un democristiano que sin duda estaba en la mira de los escuadrones de la muerte y la guerrilla.
El domingo día de la elección, me sorprendió el sentido de responsabilidad del pueblo salvadoreño: en cualquier medio llegaban a los centros de votación masivamente. Las urnas eran transparentes para que no quedara duda de que las papeletas no serían manipuladas hasta el momento del recuento.
Me habían asignado a Jesús para que me trasportara, y en el primer recinto de votación al que llegamos, delante de toda la gente que estaba haciendo fila para votar, dirigiéndose a mí, en carácter de Observador Internacional, interpeló a un dirigente de ARENA al que acusó de ser de los escuadrones de la muerte y de andar armado.
Luego me llevó a Santa Rosa de Lima, y a un sin fin de pueblos, donde el ambiente era el mismo: los ciudadanos dispuestos a aprovechar la oportunidad de elegir un Presidente y que su voluntad fuera respetada.
Cuando me dejó nuevamente en la casa del Alcalde donde pasaría la noche, me dice la verdad: "Hemos pasado por donde incluso ni el ejército se atreve". Veinticinco años después de aquella experiencia, nos queda la satisfacción de haber contribuido a que la democracia encontrara rumbo en aquel país desgarrado por la guerra.
Ayer, los que luchaban con las armas, han ganado las elecciones, la voluntad del pueblo se ha respetado.
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