Lunes 23 de febrero de 2009
Comenzó como una experiencia recreativa los domingos en la finca de la familia Morales en el Cáiz, que habían adaptado un potrero como cancha de fútbol. Alfredo, sus hermanos , sus hijos, y de nuestra parte, Papá, mis hermanos, primos, tíos y poco a poco amistades de ambas familias se fueron incorporando.
Las mejengas eran como finales, nadie quería perder. Hasta fuertes roces se daban. "No sea pendejo, eso no fué faul, es falta de leche". Ésta frase de mi tío Carlos, contra un hijo de Alfredo, el dueño de la cancha, acabó con aquella bonita experiencia que se mantuvo por varios años.
Hasta aquí, no más mejengas fué la sentencia. Lo que había comenzado a inicios de la década de 1980 se terminó ahí por 1985. ¿Qué hacer? ¿A donde pasarnos a jugar? El proceso no podía cortarse. Logramos que en el Parque de la Expresión Laguna de Doña Anacleto nos acogieran, pero los sábados en la tarde a cambio de que aportaramos algo para el mantenimiento: así, recogimos y dimos una carrucha de alambre para las cercas. Teníamos una cancha neutral. ¿Neutral?
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