Martes 17 de febrero de 2009
Desde hace años, a pesar de mis miles de kilómetros recorridos en los entrenamientos de atletismo matutinos, no me había tenido que enfrentar a una seria amenaza canina como este día, cerca del templo de San Bartolomé, en Antigua, Guatemala.
Dos furiosos perros estaban dispuestos a atacarme, y lo peor que podia hacer era huir. Así que los enfrenté, mirándoles fijamente a los ojos, imponiendo mi tamaño y amenazándoles como contraataque. No se si eso fue lo que los disuadió o las palabras incomprensibles para mí en algún dialecto indígena como los cientos que existen en Guatemala, que expresó su amo cuando comprendió que la batalla podía irse cuerpo a cuerpo.
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