20 de abril de 2008
La Semana Santa es tiempo de reflexión, recogimiento, descanso y oportunidad para pasear de algunos. También es tiempo para llevar a la mesa el pan casero, el biscocho y la miel de chiverre.
También es tiempo para recordar.
En el barrio en que crecimos, El Chiverre, hoy llamado por algunos Barrio San Antonio, tuvieron la brillante idea de ponerle a la panadería el nombre de Juancito. Efectivamente, en ese mismo lugar, Juancito Meza (q.d.D.g.) tuvo por muchísimos años su panadería, con el tradicional horno de ladrillo, calentado a pura leña y luego con soplete.
Todos los miércoles santos, Juancito ponía al servicio no solo de las familias de El Chiverre, sino para todas las de otros barrios de Paraíso, su horno para asar ahí el pan dulce, el pan salado, el tamal asado, el biscocho; a nadie le cobraba, voluntariamente la gente dejaba una “peseta”, un “cuatro”, seis “reales”, un “bollo” de pan, un “bizcocho” o simplemente un “muchas gracias, Dios se lo pague”.
Eran cientos de latas y ollas las que la gente dejaba en el transcurso del día, sin más seña que el buen ojo para retirarla al filo de la tarde y comienzo de la noche.
Debido al tamaño del horno en cuanto a profundidad, solo la experiencia de Juancito le permitía introducir con una tabla especial confeccionada en madera, las latas y las ollas para el respectivo cocimiento. Era una maravilla verlo pasar de un lado para otro dentro del horno latas y ollas, hasta dejar el producto asado en su punto.
Algunos, nos aprestábamos ese día a colaborar con Juancito. Nos asignaba la tarea de poner las latas y las ollas sobre el madero para meterlas al horno, o bien, una vez terminado el asado, recibirlas y colocarlas donde la gente las pudiera identificar y retirar. Solo debía tenerse un cuidado: colocar la lata o la olla sobre el madero, que medía unos diez metros de largo por tan solo veinte centímetros de ancho, pero en la entrada del horno para evitar que se ladeara y cayera al suelo.
A pesar de la experiencia que acumulamos por colaborar en esos menesteres con Juancito durante varios años, hará de eso ya sus cuarenta años, en una oportunidad pusimos una lata de biscochos sobre el madero, pero no en la parte que estaba a la entrada del horno, por lo que cayó al suelo. Las lindas formas de los biscochos desaparecieron. No quedó más que recogerlos, ponerlos en la lata, “medio” darles forma de nuevo, meterla al horno y esperar a saber quien era la “afortunada” dueña de esa lata.
Cuál no fue nuestra sorpresa al ver llegar a mi abuela y decir:
-¡Por el exceso de queso se deformaron los biscochos!
Así que por dicha el asunto quedó entre familia, yo con la conciencia tranquila porque mi abuela se reconfortó pensando que le había puesto mucho queso a los biscochos y Juancito feliz porque no recibió el reclamo que creyó le iban a hacer por aquella “torta”.
Qué dicha poder recordar ese espíritu de servicio que tenía Juancito; gracias a quienes tuvieron la brillante idea de homenajearlo poniéndole su nombre al lugar de trabajo al que se entregó toda la vida.
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